Beksinski, un prodigioso pintor polaco cuyas pinturas son erróneamente confundidas con sus propias pesadillas, murió de un tanto de puñaladas propinadas injustamente por alguien a quien le faltaban dos dedos de humanidas y uno de arte. La cosa es que se dice que Beksinski quemó obras que consideró que el público no entendería ya que eran muy personales, y aunque razón no le faltaba, creo que como fan de su obra, en el caso de tener dinero y que por azares del destino él no las hubiese quemado sino guardado en algún lugar del mundo, pagaría cualquier cantidad tan solo por la experiencia estética.

Sin embargo, entiendo las razones de Beksinski al hacerlo. Antes solía decirme que uno debe escribir para dos sujetos, -para uno mismo y para el resto del mundo- ahora creo que aplica a cualquier arte en general; pero escribir no es mi arte, ni tengo la pretensión de que lo sea, si pienso que las obras demasiado internas deben quedarse en la mente, el hecho de querer plasmar lo que existe en las cabilaciones de la mente en una obra ya tiene una perdida de personalidad.

Este escrito -y el blog en general- tiene un sabor parecido a eso, algo personal perdido en las letras blancas del fondo de lectura que no tienen más intención que recordarme en unos años cuanto he evolucionado, y es que hay cierto regocijo en el desahogar esos pensamientos que tal vez hable mejor las ultimas obras de Goya, ese sabor de alejarse y simplemente dejarlo salir.

Si dilato mucho esto es porque son las 2:38 AM y no tengo mucho sueño que digamos, y aunque tras este texto se esconden un montón de cosas que me ato a decir, justo fue eso lo que me llevó a pensar en las cosas personales que inundan tantas obras que de otra forma, sin esa quintaesencia del yo, serían artesanías vacías de expresión.